1 LA AMBIGÜEDAD
La ambigüedad lingüística es un fenómeno muy común. Se produce, generalmente, cuando un enunciado recibe más de una interpretación, cuando lo comunicado con el enunciado carece de los elementos pragmáticos que deberían guiar nuestra interpretación. Un enunciado desprovisto de contexto solo permite la descodificación, pero con ello no basta. Con frecuencia comprendemos gracias a las inferencias con las que enriquecemos lo dicho. Por ello, un enunciado, bien conocido como A Ingres le gusta pintar al modelo desnudo, que tomo prestado de Pinker (2012) se nos presenta como subdeterminado informativamente, pues sus distintas disposiciones sintáctico-semánticas, nos permiten realizar al menos las tres explicaturas que siguen:
- 'Ingres pinta al modelo y es Ingres el que está desnudo'.
- 'Ingres pinta al modelo y este está desnudo'.
- 'Ingres no pinta a un modelo cualquiera, sino al que está desnudo'.
Tanta importancia tiene este fenómeno, que fue uno de los argumentos principales de los teóricos del lenguaje que postularon una visión más pragmática del modelo de la comunicación. Algunos han llegado a impulsar la creación de lenguas artificiales que erradiquen las secuencias anfibológicas. Es el caso del lobjan.
Puesto que el conocimiento del código no es suficiente para determinar qué interpretación le corresponde a un enunciado, al enriquecimiento contextual del significado, contribuyen nuestra percepción, nuestra atención y nuestra memoria.
Suelen distinguirse ambigüedades fónicas, morfológicas, sintácticas, léxicas y pragmáticas; si bien lo pragmático, subyace a todas. Particularmente, en la lengua escrita, podemos añadir las ambigüedades derivadas del uso descuidado de los signos de puntuación y acentuación, es decir, las ambigüedades ortográficas.
Las fónicas, que se producen únicamente en la oralidad, no forman parte de nuestro estudio. Como explica Gutiérrez Ordóñez (1996), con una pronunciación poco esmerada los enunciados serrín de Madrid y se rinde Madrid llegan a ser indistinguibles en la oralidad, pero se resuelven en la escritura.
La anfibología fónica puede ser también pretendida; por ejemplo, con el calambur oro parece, plata-no es. En la prosa literaria, es una opción estilística, pero en la común la ambigüedad debe evitarse, pues se considera un error que dificulta la comunicación de forma considerable. Nuestros estudiantes deben aprender a detectarla y a cuidar la precisión significativa de sus textos.
Nos ocuparemos, por tanto, de las ambigüedades propias de la lengua escrita. La interpretación de enunciados ambiguos, mediante un análisis que incorpore, solo cuando sea precisa, información de su estructura sintáctica, semántica y pragmática, es el paso previo del método que proponemos. Por supuesto, que no es la única forma de hacerlo. Muchos docentes preferirán no experimentar y seguir con la gramática tradicional, que, aquí, en realidad, tampoco desdeñamos. En todo caso, nuestro método nos parece muy recomendable para que los estudiantes vinculen forma y contenido o, lo que es lo mismo, para que, que a partir de las diferencias de significado de un mismo enunciado, sean capaces de reconocer las diferentes funciones que desempeñan sus constituyentes.
Una vez representada la estructura jerárquica de la secuencia y esclarecidos los distintos significados mediante el uso de los conceptos gramaticales oportunos, los alumnos realizarán un comentario sobre cómo se puede evitar la ambigüedad y propondrán contraejemplos.
Así, por ejemplo, el sintagma El deseo de escapar del león
daría lugar a dos diagramas como los siguientes. En ellos se intenta minimizar el aparato teórico y solo se incluyen las funciones cuando resultan
esenciales: en este caso, por tratarse de una ambigüedad sintáctica, se refleja
en el segundo árbol la función clave para la desambiguación así como su
correlato semántico. Pero, insistimos, lo más importante, es que sepan resolver el problema planteado aportando
alguna fórmula que resuelva la anfibología: algo así como que para obtener la
interpretación de la izquierda sería más oportuno adjuntar el sintagma preposicional del león
justo después del NÚCLEO deseo (El deseo del león de escapar); mientras
que para obtener la segunda, quizás lo más oportuno sería ampliar el contexto
lingüístico con algún complemento esclarecedor (El deseo de los lugareños de
escapar del león). Otros recursos desambiguadores serían el empleo de
sinónimos, la modificación de la puntuación, el cambio de orden de los
constituyentes, la paráfrasis o bien el cambio del estilo directo a indirecto.
La ambigüedad no es lo mismo que la vaguedad o indeterminación semántica de una palabra o de una
expresión (Martínez de Sousa, 2010). Por ejemplo, cuando afirmamos tan escuetamente
que María es una persona muy interesante, nuestro interlocutor no podrá
deducir por qué lo es. También se define la vaguedad como la falta de precisión
en la designación de una palabra (Escandell Vidal, 2008). Si decimos de alguien
que es calvo, ¿estamos aludiendo al hecho de que no tiene ni un solo
pelo o que ha perdido parte del cabello?
Por otra parte, muchas ambigüedades nos pasan absolutamente desapercibidas. Como explica jocosamente Steven Pinker (2012), en la prensa ocurre continuamente que se publican pasajes ambiguos que quienes se dedican a corregir el estilo de esos textos no reconocen. He aquí algunos ejemplos:
El juez sentenció al asesino a morir en la silla eléctrica por segunda vez.
El Dr. Tackett da una conferencia sobre la luna.
Nadie resultó herido en la explosión que fue atribuida a la acumulación de gas por parte del portavoz del ayuntamiento.
Los empleados fueron despedidos por el director en el aeropuerto.
1.1 LA AMBIGÜEDAD LÉXICA. HOMONIMIA
Y POLISEMIA
Cómo afirman las autoras de Aprendizaje y enseñanza de la lengua castellana y la literatura (2019), las secuencias ambiguas no sólo permiten que los estudiantes reflexionen sobre la estructura jerárquica del lenguaje, sino que "a la vez relacionan la estructura con el significado". La ambigüedad léxica es, con la
sintáctica, la más estudiada y es donde hallamos un consenso mayor dado que suelen
distinguirse invariablemente dos de las relaciones semánticas más estudiadas,
la homonimia y la polisemia, como causas principales.
1.1.1 LA HOMONIMIA
La homonimia resulta del hecho de
que existan palabras diferentes con la misma forma. Es bien conocido el ejemplo
de El Buscón de Quevedo: Salió de la cárcel con tanta honra que le
acompañaban doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban “señoría”.
En la palabra subrayada confluyen los sustantivos cardenal, que procede
del latín cardenalis, y cardenal, derivado del adjetivo cárdeno.
Los semantistas distinguen entre
homonimia absoluta y parcial. En la primera las palabras presentan la misma
forma, sus significados no están relacionados y resultan gramaticalmente
equivalentes (Lyons, 1997). Por ejemplo, los sustantivos banco (‘asiento’)
y banco (‘institución financiera’) son homónimos absolutos. Los
homónimos parciales, en cambio, no cumplen todos los requisitos anteriores. Por
ejemplo, los verbos poder y podar comparten solo algunas de sus
formas (podemos, podéis…), que, además, no resultan sintácticamente
equivalentes.
Es bastante más probable que sea la homonimia absoluta la que produzca la ambigüedad. Difícilmente pueden resultar ambiguos enunciados con unos homónimos como el sustantivo mata y el verbo mata, como, por ejemplo, Juan mata el tiempo leyendas historietas o Juan está escondido detrás de una mata. Los que más nos interesan son los homógrafos, ya sean homófonos o no, es decir, los que se escriben igual con idéntica o distinta pronunciación. Dos ejemplos de homónimos homógrafos son bajo, que puede ser adjetivo, nombre, preposición o verbo y sobre, que puede ser preposición, nombre o verbo. Homónimos no homógrafos son la interjección ¡ay! y el verbo hay o los verbos revelar y rebelar.
Algunos ejemplos de este tipo de ambigüedad que hemos incluido en los anexos son:
Lo bajo.
El canto es muy agudo.
1.1.2 LA POLISEMIA
La polisemia, aunque ayuda a
nuestra memoria descargándola de un número considerable de palabras, es también
otra causa muy frecuente de ambigüedad. Con un enunciado como Pasaron el
puerto a medianoche podremos hablar de ambigüedad por homonimia
considerando cuál de los homónimos de puerto es el que corresponde
interpretar aquí, pero también debemos considerar cuál de los significados del
verbo polisémico pasar es el que debemos recuperar: ¿‘mudar, trasladar’;
‘cruzar’…?
Con la polisemia, los distintos significados que expresa una misma palabra están relacionados, lo cual no ocurre con las palabras homónimas. No obstante, no siempre es fácil distinguir entre polisemia y homonimia, puesto que la semejanza de los significados puede ser una cuestión de grado. Como demuestra Escandell Vidal (2008), pocos hablantes conocen la relación entre dos de los significados de uno de los ejemplos más recurrentes para ilustrar la polisemia de banco ‘asiento para personas’, ‘entidad financiera’. Algunos ejemplos de este tipo de ambigüedad son:
1. Me gustan los entremeses.
2. Alquilé una casa.
1.2 LA AMBIGÜEDAD SINTÁCTICA
Dicho de una manera muy sencilla:
la ambigüedad sintáctica se produce cuando a alguno(s) de los sintagmas se
le(s) puede asignar más de una función sintáctica o cuando la colocación de
alguno de ellos resulta defectuosa. En una oración como Llegará el día de
Pascua la ambigüedad, sin un contexto esclarecedor, se produce por la
posibilidad de asignarle al segmento subrayado dos funciones: la de sujeto y la
de complemento circunstancial. En función de eso, las interpretaciones resultarán
muy diferentes. En Destrozó el martillo un pedrusco también podemos
asignarle a los dos sintagmas nominales que complementan al verbo tanto la
función semántica de agente como la de tema, pues no aparece ningún índice
funcional que nos permite resolver la equivocidad.
Otras ambigüedades sintácticas se
producen por el hecho de que un complemento pueda serlo de más de un elemento
precedente. Es lo que se conoce como ambigüedad de adjunción (Carreiras
y Meseguer, 1999). Un fenómeno muy repetido; en la oralidad y en la escritura.
Son muy conocidos estos versos de
Fernando Pessoa sobre Lisboa: Otra vez te vuelvo a ver / ciudad de mi
infancia pavorosamente perdida. Son versos que Pessoa reelaboró para que
resultasen ambiguos, pues el sintagma adjetival perdida, por sus
características semánticas, puede ser tanto un modificador de ciudad como
de infancia.
El siguiente ejemplo es de Gutiérrez Ordóñez (1996): Las lámparas de esas habitaciones que parecen surgidas de una novela romántica estás marcadas por el paso del tiempo. El componente subrayado puede referirse tanto al sintagma preposicional las lámparas como al sintagma nominal las habitaciones. En muchos casos, estas anfibologías se producen por descuido en la ubicación de los constituyentes, como en los siguientes ejemplos del Manual del Español Correcto (2015):
Se ha comprado un coche que tiene asientos de cuero en Barcelona.
Se Se comprometió a terminar el trabajo la semana pasada.
Muchos de los elementos que establecen la cohesión verbal, como los determinantes posesivos su, sus, los pronombres personales de tercera persona, el adjetivo mismo, los relativos que y cuyo o los verbos en gerundio resultan a veces equívocos, pues la indeterminación de su antecedente es causa muy habitual de dobles interpretaciones:
He regalado una muñeca a una niña que llora.
Andrés vio a Pedro cortando el seto.
La ambigüedad puede resultar también de las nominalizaciones de verbos transitivos, en las que los nombres heredan la complementación de sus bases. Estos expresan la acción de forma ambigua, pues no indican con claridad quién realiza o recibe la acción:
La comida del cordero fue abundante.
El deseo de escapar del león.
Otros gramáticos definen también la
ambigüedad de alcance, que se produce cuando, por ejemplo, un cuantificador
existencial queda, o no, bajo el alcance de un cuantificador universal. En Todos
los lingüistas admiran a un filósofo se dan dos interpretaciones que
depende de si en el ámbito de la cuantificación que ejerce todos se
incluye o no la referencia del cuantificador un, es decir, todos admiran
al mismo o cada uno admira al que le parece bien.
1.3 LA AMBIGÜEDAD MORFOLÓGICA
Este tipo de ambigüedad puede darse
cuando coinciden en un enunciado dos formas de un mismo verbo. Antonio y yo escribimos
una carta o en Creemos en la escuela (Martínez de Sousa,
2013), son, seguramente, por descuido equívocos: en el primero escribimos
puede referirse a una acción presente o pasada y el segundo el núcleo del
predicado puede ser tanto el verbo crear en presente de subjuntivo o creer
en presente de indicativo. La desambiguación de ambas requiere la
introducción de elementos referenciales que enriquezcan ambos contextos. Para
nuestros estudiantes no deben pasar desapercibidas las importancias diferencias
gramaticales que deben reflejar los dos diagramas del segundo ejemplo:
1.4 LA AMBIGÜEDAD PRAGMÁTICA
La ambigüedad pragmática es frecuente con el uso de los deícticos, es decir, de aquellas palabras que nos obligan a buscar sus referentes en el contexto. Entre ellas destacamos los determinantes y pronombres, demostrativos y posesivos. Es bien conocida la ambigüedad de casos como Dijo que esta mañana vendría. La equivocidad resulta de la posibilidad de atribuirle al demostrativo función tanto de determinante, y ese caso modificador del sustantivo mañana, o como pronombre que señala a alguna mujer presente en la situación comunicativa.
También ocurre en la periferia de la cláusula, donde hallamos elementos que modifican al enunciado en su conjunto para los que se debe ser cuidadoso con la puntuación. Veamos un ejemplo extraído del anexo de los pares mínimos ortográficos: Lo hizo lamentablemente versus Lo hizo, lamentablemente. El signo de puntuación, no reflejado en el primer diagrama, que es el que le corresponde, será el punto de partida para la confrontación de dos enunciados que nos permitirán mostrar la diferencia entre la periferia de la cláusula, en la que se alojan los operadores pragmáticos que dejan ver la actitud del hablante, y la periferia del centro, donde se alojan los adjuntos de la predicación.
Los denominados actos de habla indirectos son también causa frecuente de ambigüedad. En español es habitual que empleemos el modo enunciativo cuando queremos afirmar algo, el imperativo para ordenar y el interrogativo para preguntar. Sin embargo, ocurre con frecuencia que nuestra intención como hablantes no se corresponde con los recursos gramaticales que empleamos. Por ejemplo, cuando sugerimos mediante un enunciado interrogativo o cuando usamos la estructura interrogativa para ordenar algo. Los ejemplos son de Radford (2016):
¿Por qué no lees el libro de María?
¿Le importaría hacer un poco menos de ruido?
Aunque somos conscientes de que
seguramente la secundaria no es el nivel adecuado para el estudio de este tipo
de contenidos, es muy evidente que la interpretación se enriquece si se incluye
el punto de vista pragmático. Así, por ejemplo, en Ahora
dice que no viene, el adverbio que la encabeza es un complemento
circunstancial temporal, desde el punto de vista sintáctico, pero su anteposición
le otorga función de operador pragmático, lo cual deja entrever un contenido
que no podemos pasar por alto: la contrariedad del enunciador por la
contradicción entre la postura presente y la actual de la persona referida.
1.5 LA AMBIGÜEDAD ORTOGRÁFICA
En el discurso oral se producen
ambigüedades que podemos resolver en la escritura con un uso adecuado de las tildes
y los signos de puntuación. Por lo que es fundamental conocer bien las reglas de
ortografía y ser muy consciente de lo importante que resultan para que podamos
ser precisos cuando, por ejemplo, establecemos las pausas que requiere un texto.
Un enunciado como El te gusta mucho, que tomamos del Manual del español
correcto (2015), resulta muy aclarador sobre las consecuencias funestas que
tiene para la comunicación el olvido de la acentuación diacrítica, pues, sin un
contexto aclarador, podría interpretarse hasta de tres maneras:
·
‘El
té gusta mucho’.
·
‘El
te gusta mucho’.
·
‘Él
te gusta mucho’.
De la misma manera es muy conocida la ambigua sentencia pronunciada por quien tenía la potestad de enviar a un reo o bien al cadalso o bien a su casa. Aquel Colgarlo no indultarlo podía interpretarse por escrito de dos formas:
Colgarlo, no indultarlo.
Colgarlo no, indultarlo.
Vemos que el uso de la coma distingue significados,
por lo que nuestros alumnos pueden tomar conciencia de ello practicando con los
pares mínimos de los anexos II y III.
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